jueves, 4 de octubre de 2012

Ensayo Adelaida Ardila


El miedo al más allá

"El mundo se va a acabar. Después de la muerte, no sé si lo que me espera es bueno, o malo. No sé qué va a pasar mañana, y me tranquilizaría poder tener algún conocimiento al respecto. Todo esto, me da miedo". ¿De qué época podrían ser estos pensamientos? Está la Edad Media, cuando no se sabía si luego de morir se iba a ir al Paraíso o al Infierno; cuando el mundo, tal como era conocido, se iba a acabar el día del juicio final. ¿Pero estos temores no son, en cierta forma, igualmente actuales? Puede que hayan mutado, pero que la naturaleza de cada uno siga ahí, presente en el fondo de cada persona. O también que, justamente por estas transformaciones, los antiguos terrores se encuentren ahora irreconocibles, y sea difícil encontrar una relación entre ambos.
Para probar la existencia o no de esta conexión, y ver si en últimas somos tan diferentes de nuestros antecesores en este aspecto como pensamos, hay que analizar el miedo al más allá en dos aspectos definidos. Por un lado, se encuentran los temores a una escala personal: es de notar el miedo actual a la muerte, pero la búsqueda de tranquilidad en ambas épocas por medio del conocimiento del futuro, de talismanes, de horóscopos, es igualmente importante. Sin embargo, el temor a la última hora de cada uno no se compara con el horror a algo mucho más grande, que no se limita a un individuo por vez sino a todos: el fin del mundo es visto como un hecho certero, que puede llegar, eso sí, de modos distintos. Están el día del juicio final, las profecías, los cambios de siglo, pero también hay catástrofes naturales de una Tierra indomable, cambios climáticos, sobre población.
La actitud frente a la muerte es la diferencia más evidente que se presenta a la hora de comparar a la Edad Media con la actualidad. Antes era un hecho social que evocaba tranquilidad y seguridad, pues se sabía qué era lo que había después. Era más preocupante el destino final (¿Paraíso? ¿Infierno? ¿Purgatorio?) que el comienzo del viaje, pues éste era algo seguro. Las personas no desaparecían sin más. Ahora, sin embargo, la existencia de algo bueno o malo en el más allá ya no se tiene como algo innegable, y en vez de ser un pasaje a otra etapa, la muerte se ha convertido en un tema incómodo, mal visto, casi tabú. Hay una inquietud tácita hacia lo que pasa después, pero ya no hay nada seguro: cada quién cree lo que le parece conveniente, pero esta incertidumbre le da miedo a las personas. Ya no mueren en compañía de todos sus conocidos, sólo de algunos allegados o familiares que, no más comienza a enfriarse el cadáver, ya están buscando los medios para deshacerse de él, como bien lo nota Duby en su obra Año 1000, año 2000: "La muerte nos resulta algo molesto: hay que desembarazare de inmediato del cadáver" (p. 124, 1995). Pero, a la larga, ¿el miedo a la muerte actual no se relacionaría directamente con el miedo al más allá antiguo? Después de todo, la muerte en sí es sólo un instante, y lo que le sigue es lo que preocupa a las personas.Las dudas que surgen de la inquietud por el futuro (en este vida o luego de que termine) tratan de mitigarse un poco tanto en la Edad Media como en la actualidad. Los horóscopos, que no surgieron en el Medioevo sino mucho antes se siguen consultando hoy afanosamente; casi todos los periódicos tienen una pequeña sección diaria donde tratan de esclarecer el porvenir a las personas. Los amuletos, que cualquiera diría que ya no son tan comunes como en el siglo XIII o XIV están por todas partes, desde el más artesanal, como un atrapa-sueños que cada uno puede hacer en su casa, hasta el que se vende por televisión y dice contener una gran variedad de minerales y metales e incluso tierra de un lugar santo. Se busca evitar el mal después de la muerte, el mal en esta vida, saber qué va a pasar. A la larga, todo esto refleja unas ansias de tranquilidad que siguen tan vigentes como lo han estado desde hace siglos.
El miedo a la muerte, a lo que hay después de ella, la preocupación y el anhelo de saber que todo va a estar bien, y si no lo está, pues que al menos se hizo lo posible, son, como se mencionó anteriormente, temas que se remiten a cada individuo. Es cierto que todos morimos, pero esto no nos pasa sino de a uno a la vez. Todos nos protegemos como podemos, pero el resguardo que proporciona un talismán no va más allá de la familia o los amigos. El fin del mundo, por el contrario, es un evento tan grande que concierne no sólo a la humanidad sino a todo lo que la rodea. Este temor al último día ha evolucionado con los siglos, como todos los otros pero, sin embargo, siempre se remite a lo mismo. Cuando el mundo llegue a su término lo hará por uno de dos medios (que engloban todos los que se han desarrollado a lo largo de los siglos): uno natural, y uno sobrenatural.
Cuando iba a llegar el año 1000 la gente pensaba que algo iba a pasar. Lo mismo pasó con el año 2000, por más de que ya hubiera una experiencia previa al respecto. En este momento de nuevo hay gente que cree que el mundo se va a acabar a finales del 2012, por el fin del calendario Maya. Va a llegar el día del Juicio Final. Todas estas son versiones diferentes de cómo el mundo, por alguna fuerza sobrenatural, divina o del destino va a terminarse. En la Edad Media no era éste el fondo de la preocupación, sino lo que vendría después, y es ahí donde yace la principal diferencia entre los dos tiempos. Como con la muerte, se tenía a certeza no sólo de que iba a llegar en algún momento, sino de que, además, había algo más allá, y es por esto que no se temía al evento en sí sino a sus consecuencias.
Pero no sólo poderes maravillosos podrían acabar con el mundo. Antes, cualquier fuerza de la naturaleza más fuerte de lo habitual se veía como una advertencia divina, como una señal de la cercanía del Apocalipsis. Este aspecto sí ha evolucionado con el paso de los años, pues con los avances de la ciencia se han llegado a comprender los fenómenos que antes preocupaban a
nuestros ancestros. Sin embargo, siguen teniendo el mismo carácter de advertencias: El Niño, la Niña, son señales de cómo la Tierra no aguanta todo lo que el hombre le está haciendo. Y estos indicios llevan a pensar no necesariamente en un ocaso en el que el mundo deje de existir, sino uno en el que haya cambios tan radicales que ya no sea posible pensarlo de la misma manera.
Como se puede ver, a partir de los ejemplos expuestos, el miedo al más allá se ha manifestado de formas diferentes pero estrechamente relacionadas en ambas épocas. Si no se refiere al más allá, se refiere entonces a aquello que está justo antes, y de esta forma, a algo similar. Las formas de ver el más allá han cambiado con los siglos, pero en esencia estos temores se remiten a la incertidumbre frente al futuro: lo que cambia es el aspecto del miedo (el paso del Apocalipsis al calentamiento global extremo, por ejemplo) mas no su esencia. Esto se evidencia, además, en las formas en que el hombre ha tratado de protegerse de lo venidero, que siguen siendo, al menos en principio las mismas. De esta forma se aprecia la cercanía que hay entre ascendientes y descendientes, cómo comparten un vínculo por el terror a lo incierto, en cualquiera de sus manifestaciones, personales o generales.

Referencia:
Duby, G (1995). Año 1000, año 2000. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello

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